Hoy he decidido que la soledad, es una palabra que me asusta
y que sin embargo, tengo que aprender a bailar con ella en un tango silencioso
y expectante.
Una compañera que duele agarrar, porque en cada minuto que ella
me habla en silencio, en cada paso que doy con ella, me quema y me transforma.
Es también la amiga que me abraza, me aprisiona y me hace
vomitar la lágrima más pura. La que nos coloca frente a un espejo y nos muestra
sin disfraces, todo lo que somos. El sitio aguado donde reflejarnos.
Dicen que el agua es vida, manantial de esperanza. Un lugar
donde es posible volver a nacer y ser rebautizados. Quizás sea eso, lo que me enseñe
mi soledad; un lugar desconocido de mi
misma que tiene forma de playa, hecha de arena y copos de nieve, donde me puedo tumbar a disfrutar del sol, del
silencio y de su asombrosa y estremecedora dualidad.
Puede que visitar de vez en cuando, esta playa misteriosa y onírica,
sea mi vía de escape, el refugio donde equilibrarme en mitad de una
contradicción. Algo parecido a un templo personal donde acompañarme del
silencio, uno noble , digno y expectante, hecho del mismo que hablan los copos
de nieve cuando en días como hoy, tímidos, caen al suelo bañados por el sol de un día de enero.
Así que de momento, más silencio.