sábado, 11 de octubre de 2014

A mis veinticinco, quince.

Y un día apareció él. Algunos decían que los miércoles eran mis días de suerte y yo a veces, lo dudaba, pero si, desde ese día ahora sé que es verdad. Tiene que serlo, porque nada más conocerlo me cogió el corazón sin ni siquiera tocarme la mano.

Aunque parecía que éramos más viejos, menos locos, menos inocentes y más realistas, acabamos en nuestras separadas camas ilusionados, con unos recién estrenados quince años. Como dos adolescentes que a los cuatro días de conocerse, sólo sueñan con tener nuevos amaneceres a kilómetros de distancia hablando, sin necesidad de tocarse la piel. 

Viniste a mí y yo fui a ti llevando una nueva luz ¿Cuántas probabilidades existen de que vuelva a pasar? ¿Quién podrá volver a hacerme sentir que a mis veinticinco, vuelvo a tener quince años? ¿Estás entre las mejores reacciones químicas de mi vida?

Entre palabras me cosiste nuevas plumas, y yo sentía que me elevaban del suelo a un ritmo tan rápido, que ahora si que parecía que íbamos a echar a volar alto. Tanto, que empecé a calcular nuevamente la distancia de salto sobre la piscina. Confiaba en mis alas y en la belleza de toda esta locura. En los domingos que se hacen infinitos, en la relatividad de las horas que se convierten en segundos y en la de los instantes que se pueden hacer eternos. En los sueños y desde ese momento, en ti y en mí.


Vini, vidi, vinci,.. y lo mismo conmigo.

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