Hay mañanas en la que las sonrisas son “como el agua para elefantes”,
no sabemos por qué pero necesitamos ese guiño de felicidad que solamente unos pocos
son capaces de darnos. Y cuando nos las mandan, nos bañamos en ellas saboreando
un pequeña chispa de felicidad que hay días en los que parece que anda un poco
ausente.
A veces, llevan tanta luz que son capaces de iluminar los días
más oscuros, y por eso cuando las tengo suelo guardarlas dentro de la cajita
dorada, para que no se me escapen.
Esas sonrisas que tanto queremos, son las sonrisas de nuestros
amigos, los que comparten con nosotros los días buenos y malos, los que hacen
la magia de cambiar nervios por risas, los problemas grandes por buenos chistes
y tienen la rara habilidad de hacer que en la soledad del silencio, sientas su
apoyo.
“No sé si yo elegí
ese tren, o el tren me eligió a mí” dice Jacob en agua para elefantes, y es
exactamente así como a veces nos sentimos, viajando dentro de un tren que va
muy deprisa en el que sólo nos podemos sentar a leer y ver pasar las horas a
contra reloj.
Pero esto tampoco es necesariamente malo, en ese mismo tren siempre
acabamos dando lo mejor de nosotros mismos y a veces incluso nos sorprendemos
con lo que somos capaces de hacer, quizás sea ese el momento en el que más seguros
estamos de que rendirse no es para nosotros y que debemos luchar hasta el final
porque seguro que ganamos.
Descubrimos una vez más los brillos que tiene nuestra vida,
el de las sonrisas de los nuestros y el de las nuestras. Nos damos cuenta que
la música sigue sonando de fondo, que ya estamos pensando en nuestro próximo reto
y que por supuesto vamos a seguir bailando, porque la vida, como dicen en la película;
“es el mayor espectáculo del mundo” así
que vamos a vivirla.
“Queda prohibido no
sonreír a los problemas, no luchar por lo que quieres, abandonarlo todo por
miedo, no convertir en realidad tus sueños”. Pablo Neruda.
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